OPINIÓN

La Comuna; Las virtudes ocultas de Ramón Durón

José Ángel Solorio Martínez

Me contó la anécdota el paisano, Lencho Medina. Ocurrió hace más de 15 años; en ciudad Victoria. Se encontraba en casa de sus suegros el mes de noviembre. Se celebraba el Halloween. Un hombre tocó la puerta; iba disfrazado de monstruo, llevaba unos niños de la mano.
Pedían golosinas.
Lencho abrió la puerta.
Desde adentro de la casa, el suegro preguntó:
–¿Quién es?
Lencho dijo:
–Un señor con máscara.
Se oyó la voz del interior de la casa:
–¡Mándalo a la chingada!
No necesitó comunicárselo al visitante.
Él escuchó el mensaje.
Dijo el enmascarado quitándose la capucha, rápidamente:
-Cálmate, Lencho; soy yo.
Era Ramón Durón Ruiz.
Tenía múltiples facetas el profesor, licenciado y karateca.
En Navidad acostumbraba, ponerse el disfraz de Santa Clos y visitar los hospitales.
Uno de los nosocomios que con más frecuencia iba, era el Infantil.
Vestido de rojo y blanco, con unas barbas blancas, y con una risa de tenor, pasaba por las camas de los pacientes con una gigantesca bolsa blanca llena de regalos.
Echaba varios viajes a su vehículo que estacionaba fuera del centro médico, para rellenar sus alforjas cuando se le vaciaban de juguetes.
Una Navidad, Durón Ruiz –Santa Clos– entró a un cuarto donde se encontraba una niña que padecía leucemia. La vio y le entregó un regalo. Le deseo que se mejorara y que pasara una feliz Navidad.
No lo conocieron los padres.
Él no se identificó.
La niña, era hija de un afamado periodista. Se distinguía por hacer ácidos comentarios sobre la persona de Ramón.
Esa era la otra desconocida personalidad de Ramón Durón.
Altruista como pocos.
Filántropo que ocultaba sus virtudes con el anonimato.
Su generosidad, se amplió hasta otorgar becas para estudiantes que carecían de recursos. Cientos de jóvenes de zonas deprimidas de Tamaulipas, resultaron beneficiados por su alma bondadosa.
Enemigos los tendrá; pocos políticos son ajenos a la maledicencia.
Ya prefiero recordarlo en estas épocas que se avecinan, como el amigo que fue.
En los hospitales de la capital, muchos pacientes lo extrañaran.
Afortunadamente, Ramón, su hijo, continua con la tradición.

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